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frutrsacionokUn familiar, un amigo, se ha suicidado.  Ha decidido poner fin a su existencia.  Al dolor de la muerte hay que agregar el dolor de la impotencia, la frustración, el enojo que esta situación puede acarrear.  Surgen infinidad de preguntas y el abismo se abre paso en la propia vida, hundiendo todo a su paso.

Entre esas preguntas hay un planteamiento que debemos abordar desde la fe: ¿Dónde están los que se suicidan? ¿Qué pasa con ellos? ¿Merecen el castigo de Dios? ¿Están en el infierno?

MIEDO-3Para acercarnos a ese tema, debo antes dejar en claro un término: pastoral del miedo.

La pastoral del miedo ha sido durante mucho tiempo una actitud errónea para lograr la conversión, adhesión y fidelidad de los creyentes.  Historias terroríficas de condenados, demonios con olor a azufre, infierno de aceite hirviendo en espera de los que no guardaran la fe.  El fin era bueno, pero los medios no tanto.  Quisiera decir que en el Siglo XXI se ha superado dicha actitud, pero desgraciadamente aún permanece en la memoria colectiva fuertes marcas de la pastoral del miedo. Hay iglesias y pastores que engrosan sus filas amenazando con esta actitud.

35433_134225453271745_133228760038081_270741_2697385_nLa pastoral del miedo no logra creyentes maduros, sino servidores atemorizados.  No se sigue a Dios por amor, sino por pánico.  No se acerca a la Iglesia por atracción para dar vida, sino para cumplir ciegamente una ley para evitar el castigo.  Esta actitud se parece más a los fariseos del Evangelio[1] que al padre misericordioso que abre los brazos al hijo que consideraba perdido[2].

Ha sido la pastoral del miedo la que empujó durante mucho tiempo a cerrar las puertas a los que se suicidaron, incluso los cementerios e iglesias.  Es la pastoral del miedo la que sigue anunciando fuego y castigo eterno.  Técnicamente el miedo serviría de freno de mano para aquel que intentara suicidarse.  Ya vemos que no es cierto. 580392_435457733158119_1146780549_n

 

 

¿Qué podemos, entonces, decir hoy? Lo primero, es que todos seguimos en las manos de Dios[3].  Que nadie tiene el derecho de ocupar su lugar para criticar, juzgar, o peor aún, condenar[4].  Segundo, el que se suicida sigue siendo un hijo de Dios y aunque haya realizado un acto de tal magnitud es Dios quien conoce sus motivaciones últimas.  Tercero, si se ha derramado la sangre de Jesús por la salvación de los pecadores, ¿por qué habría de negarse dicha salvación a estos hermanos? ¿Es más grande la debilidad de los que caminaron esa senda que el amor de Dios? De ninguna manera.

10440805_10154844124645597_6997374044070394640_nLa imagen del Dios castigador ha sido superada desde hace mucho tiempo.  Aunque en la Palabra de Dios leamos pasajes en los que se refiere a dicha imagen divina, hemos de recordar que Dios nos da el intelecto para que progresemos en el conocimiento de su amor y su voluntad.  En alguna parte de la Biblia se acepta la esclavitud y se pide apedrear a quien comete adulterio. Esto es hoy inaceptable para cualquier iglesia que se considere seria. Hemos de madurar entonces nuestra fe, e ir compartiendo la imagen de Dios que nos da Jesús: un padre amoroso.

padre-hijo-1Este padre amoroso es el que se transparenta en el Evangelio.  Recordemos el pasaje de la mujer adúltera de Juan 8.  Aunque para los que le llevan a presencia de Jesús había razones válidas para apedrearla y darle muerte, según la ley que ellos profesaban y el contexto en que vivían, la actitud de Jesús no es condenatoria.  Al contrario, no solo no la juzga, sino que le da una nueva oportunidad.  Y no solo a ella, sino también a los que llevaban piedras en la mano.  Ojalá aprovechemos hoy esta oportunidad: primero, alejarnos del juicio, la crítica, el cuestionamiento ante quien se suicida y su familia.  Y segundo, confiar con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, en la misericordia de Dios.

¿Dónde están los que se suicidan? En las manos de Dios.

 

Notas:

[1] Jesús en Mateo 23, 13 dice  “¡ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes cierran a la gente el Reino de los Cielos. No entran ustedes, ni dejan entrar a los que querrían hacerlo.” Y más adelante en el versículo 27 vuelve a insistir:  “ Ustedes pagan el diezmo hasta sobre la menta, el anís y el comino, pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe. Ahí está lo que ustedes debían poner por obra, sin descartar lo otro

[2] La parábola del Padre Misericordioso (antes llamada “del hijo pródigo”)  la encontramos en Lucas 15, 11-32

[3] Para hablar de la imagen amorosa de Dios, podemos citar los siguientes textos:  Isaías 49, 15; Juan 3, 16; 1Carta de Juan 4, 6-11

[4] El apóstol Santiago nos dice “Hermanos, no se critiquen unos a otros. El que habla mal de un hermano o se hace su juez, habla contra la Ley y se hace juez de la Ley. Pero a ti, que juzgas a la Ley, ¿te corresponde juzgar a la Ley o cumplirla? Uno solo es juez: Aquel que hizo la Ley y que pude salvar y condenar. Pero, ¿quién eres tú para juzgar al prójimo?”  St. 4, 11-12

 

imagesPara el recién nacido, son todo. Para el niño, héroes. Para el adolescente, esos adultos invasores de mi privacidad. Para el joven, los viejos que no comprenden mi espacio vital y coartan mi libertad. Para los que tienen hijos recién nacidos, los abuelos que pueden ayudar como niñeras. Para los maduros son el diccionario ante las dudas de la vida.

Todos venimos de una familia. No se salva uno de tener padre y madre. Estén o no presentes en la historia, son personas que marcan nuestro ser desde antes que nazcamos. De ellos aprendemos todo, cosas buenas y malas. Cómo alimentarnos, qué palabras usar, cómo vestir, cómo defenderse. Nadie nace sabiendo bendecir o maldecir. De ahí la importancia de la familia, como centro de aprendizaje.

Aunque no decidimos en qué familia nacemos, sí podemos luchar por el tipo de familia que deseamos. Hay condiciones que recibimos de ellos que nos ayudan a ser mejores personas. Son lo genes, que nos acompañan toda la vida. También recibimos malas influencias. Son los gérmenes familiares (término acuñado por mi propia familia, dicho sea de paso). Toda esta herencia me condiciona como ser humano, pero no me determina. Suena difícil de masticar y tragar.

Image4436Al recibir tanto de mi familia estoy marcado. Como ser humano he sido un recipiente que ha recibido información cultural, religiosa, alimenticia, etc. No he decidido qué recibir. Sin embargo, sí decido qué hacer con todo lo recibido. El hombre que sufrió golpes de sus padres en la infancia no puede quitarse los golpes recibidos, pero puede decidir no repetirlos con sus hijos. A eso me refiero. Estamos condicionados, pero no determinados por los genes y gérmenes familiares.

Es ahí donde sí podemos esforzarnos por el tipo de familia que queremos. Seguramente tendremos que luchar, pero vale la pena. En nuestras familias también hemos aprendido a odiar, a albergar resentimiento en el corazón. Hemos visto que el orgullo provee una dura caparazón que protege ante los golpes, pero que termina dejándonos solitarios.  Hemos forjado gruesos nudos y destruido puentes creados para unirnos. Gérmenes así conviene destruirlos.

Tal vez estos días sean buen momento para acabar con ese orgullo que nos ha apartado de las personas que queremos. Tal vez en nuestro corazón sepamos que el amor es más fuerte que el odio y que en el fondo no hemos ganado nada alimentado sentimientos negativos que nos destruyen interiormente y destruyen a quienes amamos. Tal vez sea tiempo de bajar la guardia y dar el primer paso, aunque no hayamos sido nosotros quienes fallamos. Pide perdón quien quiere la paz, no quien ha cometido error.

Jesús tuvo familia. A los doce años se les escapó a sus padres. Tres días duraron para encontrarlo. La madre, con el corazón en la boca, le reprocha el susto que les ha hecho pasar. El niño, con asombrosa madurez, les dice que estaba ocupado en los asuntos de su Padre. José y María no entienden la respuesta. Aunque el niño tiene la capacidad y autonomía para permanecer solo, la Sagrada Escritura nos dice que regresó con sus padres y vivió sujeto a su autoridad, hasta los treinta años.

Creo que mucho de lo que había en Jesús lo aprendió de su familia. La solidaridad, la generosidad, el servicio, la compasión, el amor, se aprenden. Y el hogar es escuela. Recuerdo que María, estando embarazada, sale presurosa a servir a Isabel, que también estaba embarazada. El Hijo de María muchos años después dirá que no ha venido a ser servido, sino a servir. ¿Lo habrá aprendido de su madre?

a9Demos gracias a Dios por nuestra familia. No será perfecta, pero es el lugar donde el Señor nos ha sembrado para florecer y dar frutos. Mi propia imperfección rima con los errores familiares. En ellos me reflejo, con mis genes y gérmenes. No esperemos a que uno de ellos muera para decirles cuánto les amamos. Un abrazo, un beso, un gesto de amor, nunca estarán de más. El mismo Dios, hecho hombre, quiso nacer en una familia y vivir sujeto a ellos, aprendiendo. Por algo será.

Por último, la familia no se reduce a los que compartimos la misma sangre. Llevo doce años fuera de mi tierra y mi familia ha crecido. No tengo hijos, pero cientos de personas me llaman «padre». Tengo amigos que son como mis hermanos. Conozco señoras que me quieren como hijo. Nuestro agradecimiento a Dios también se extienda por todos ellos, que sin compartir genes, comparten vida con nosotros y nos enseñan con su forma de ser a amar y a sentirnos unidos.

Dios bendiga a nuestras familias.

crisis¿Cuántas veces hemos sentido que se nos vienen encima las plagas, una encima de otra? ¿Cuántas veces hemos creído que ya no podemos dar un paso más? ¿En cuántas ocasiones estuvimos a punto de perder la esperanza porque no encontrábamos respuesta o salida? Como seres humanos, es natural que vivamos los momentos de dificultad. Como personas de fe es necesario tener una vía para caminar durante esas situaciones. Vamos a caminar con la historia de un pueblo, para vernos en sus tribulaciones y reconocernos en sus preguntas.

 

El pueblo de Israel tiene una historia apasionante. Sufren la opresión, la esclavitud, los asesinatos, la destrucción, el destierro, la infidelidad, la murmuración y la burla de otros pueblos. Saben lo que es sentirse abandonados por su Dios, son de los que han gritado al cielo pidiendo ayuda y reciben silencio. Pero tienen una gran ventaja: saben releer su historia en clave creyente. Son tercos en recordar la alianza que su Dios ha pactado con ellos y poseen la certeza de que aunque grandes sean sus pecados, mayor es el amor y la fidelidad del Señor.

La clave que los mantiene de pie es la esperanza. Ellos vigilan, esperan el cumplimiento de la promesa. Saben que el mal no es algo permanente y que luego de la tiniebla siempre, siempre, viene el resplandor del nuevo día. Israel es profundamente creyente.

Tomando como pie la lectura de Baruc 5, 1-9 (que es la primera lectura del II domingo de Adviento) podemos ver que la espera del pueblo se convierte en gozo. La tristeza termina, porque Dios responde a su pueblo. El luto y la aflicción no tienen ya lugar, la gala es perpetua. La comunidad que había conocido la tribulación y era humillada, es ahora invitada a ponerse de pie (que significa recuperar la dignidad). Los hijos, alejados por el enemigo, son devueltos por el mismo Dios, llenos de gloria, en carroza real.

La última parte dice que el Señor guiará a Israel, que lo hará con alegría, con justicia y misericordia. Esperanza

En nuestra historia, como este pueblo, hemos experimentado la dificultad, el dolor, la tentación y la caída. Pero podemos aprender de él, teniendo la confianza puesta en el Señor.  Creer se torna fácil cuando todo marcha bien. Creer es una necesidad cuando vamos cuesta arriba. La doble tracción  no se ha creado para el sendero plano. Y la esperanza es como el 4×4 que, aunque lento, nos conduce de manera segura en los terrenos más difíciles y tortuosos. No sin complicaciones, no sin resbalones.

Nuestra esperanza nos recuerda en los momentos de dolor que todo, tarde o temprano, volverá a estar bien. El pueblo de Israel sabe que aunque ellos sean infieles, el Señor siempre permanece fiel. La alianza no depende de la respuesta que ellos den, sino del amor misericordioso de Dios. Acá vale la pena recordar que misericordia significa «dar perdón a quien no lo merece».  La invitación que debemos aceptar de este pueblo creyente es tener presente las palabras del Padre que nos espera siempre en casa, por lejos que nos hayamos marchado.

Y ahora, a creer. Por difícil que sea la prueba, por complicado que sea el camino. Una pizca de fe equivale al pequeño fósforo que ilumina en la tiniebla. Su luz es ya una guía para buscar algo para contagiar el fuego. No es posible evitar los momentos de crisis. Creer no nos exime de vivir la condición humana, pero nos da aliento y fuerza para seguir adelante.

Y ahora, a esperar. Aunque temamos la oscuridad, aunque nos asuste la tiniebla, aunque el panorama se vuelva denso. Esperamos porque sabemos que Dios se sale con la suya, a su tiempo. Tenemos la certeza que las crisis son parte de nuestro proceso de maduración. Creemos que hasta el morir llega a ser vida nueva.

9d7faEsperanza_y_OptimismoY ahora, a seguir adelante. La vida no es cuestión de suerte, sino de actitud. Sigamos creyendo, sigamos esperando, sigamos amando. La vía creyente es paradójica. Eso de perder para ganar no suena bien, pero sucede. Sigamos avanzando. Dios conoce nuestros pasos y nuestros esfuerzos. Él sabrá hacerlos dar fruto y convertir nuestro lamento en canto.

El Papa Benedicto XVI ha propuesto el «Año de la fe» para la Iglesia Católica en el mundo entero. Sus palabras, como pastor universal, nos invitan a reflexionar sobre un tema que «está ahí» pero necesita ser retomado para ponerlo en el centro de nuestras vidas. Nos pide que no seamos «perezosos en la fe». Démosle una revisada al tema.

La fe es al mismo tiempo un regalo y una respuesta. Es un regalo que Dios nos da, unida a la esperanza y al amor. Teológicamente se les llama «virtudes teologales». Es también respuesta, porque correspondemos a la iniciativa divina. Sin embargo es un regalo que no crece solo, sino que hay que alimentar, y que como el amor que se ha descuidado, también puede morir.

Estamos en un contexto en el que es fácil desatendernos de las cuestiones importantes. El amor se desecha, la vida no se respeta, se pierde la esperanza. El panorama se torna espeso cuando llegan los momentos fuertes y no tenemos escudo para protegernos. El fracaso, el dolor, la muerte, la enfermedad, el desencanto y la frustración tocan a la puerta. Y no sabemos qué hacer. Hemos perdido el tiempo en lo que no da vida.

Rescatar lo que es esencial ilumina en medio de la tiniebla. Ahí surge la fe, como alternativa. La semilla, con lo pequeña que era, llega  a ser un árbol que da abundante fruto y sabrosa sombra. Tenemos fuerza para enfrentar la dificultad y consuelo en medio de la impotencia. La fe no evita los problemas, sino que nos anima a superarlos. No tenemos la respuesta a todos los problemas, sino la pequeña luz que nos orienta en el camino.

Tener fe es creer. Creer es apostar. Apostar es arriesgar.

La fe no se parece a la certeza, sino a la confianza. La certeza me diría que mi madre se salvará del cáncer con el simple hecho de que yo lo pida. La confianza me dice que pase lo que pase, todo volverá a estar bien. La fe es saber que tengo un Padre misericordioso que se sale con la suya a pesar de cualquier dificultad, que su plan es perfecto y que yo estoy incluido en ese plan. Jesús nos dice que no cae un cabello de nuestra cabeza sin la voluntad del Padre. A eso me refiero.

La fe, como decíamos, se alimenta. Semilla sin tierra, sin agua y sin abono, no llega lejos. Leer la Palabra de Dios, acudir a la Eucaristía, vivir los sacramentos, orar con el corazón, son medios para fortalecer nuestro interior. Es nuestra responsabilidad acudir a la Fuente para alimentarnos. San Agustín decía que los creyentes se fortalecen creyendo.

No basta con decir que tengo fe. El artista que tiene pinceles, óleos, lienzos y bastidores, pero no pinta, no puede ser llamado pintor.

No basta solo con asistir a la Iglesia. No puede llamarse médico al que viste bata y vive en un hospital, sin practicar la medicina.

No basta con cumplir los mínimos. El amor y la fe no son para «medias tintas» sino para vivir con pasión y profundidad.

Servir al prójimo, consolar al triste, sanar el corazón herido, son frutos de quien cree. La fe que no se traduce en obras, dirá el apóstol Santiago, está muerta. No sirve de nada creer si la fe se convierte en un caparazón egoísta. La fe se contagia, se respira, se disfruta y se comparte. Celebrar la fe es mostrar al mundo que tenemos un Dios que nos guía y que quiere lo mejor para nosotros. Y en medio de tanta guerra, tanto dolor y tanto sufrimiento en el mundo, hoy más que nunca, necesitamos revitalizar la fe.

Fe, no para imponerla a los demás. La comida más sabrosa resulta asquerosa si me obligan a consumirla.

Fe, no para creerme poseedor de la absoluta verdad. Dios siempre es mucho más de lo que yo conozco de su plan.

Fe, no para sentirme superior a los demás. La auténtica fe te pone a servir humildemente a quien te necesita.

En fin. No tenemos todo a nuestro favor para creer. Hay tanto en que entretenernos, como Marta. Pero detenernos, colocarnos a los pies del Maestro y escucharlo, como María, puede ser un buen inicio para renovar nuestra fe. Como dice el Papa Benedicto, solo Jesús nos da la alegría del amor. Solo Él es la respuesta al drama del sufrimiento y el dolor. Solo Él es la fuerza del perdón ante la ofensa recibida. Solo Él es la victoria de la vida ante el vacío de la muerte.

Apostar por alguien así, con gusto. 

 

Cuando una persona no tiene alimentación adecuada se encuentra desnutrida. Espiritualmente sucede exactamente lo mismo. Cuando no recibes los nutrientes necesarios para seguir adelante, nos encontramos desnutridos espiritualmente.

La desnutrición física o espiritual puede iniciar desde el vientre materno. La madre que ingiere las vitaminas necesarias crea un suplemento que fortalece al niño que crece en su interior. Lo mismo, si es una persona de oración, que frecuenta la lectura bíblica y se ejercita en la fe. El niño recibe todo lo que la madre tiene. Todo. Incluso los problemas y la forma en que los supera.

Físicamente sabemos que una persona se encuentra desnutrida porque está débil, pierde peso, su piel se torna pálida y se enferma fácilmente. En el plano espiritual también hay debilidad cuando no hay un fortalecimiento interno de la persona y un constante tropiezo en la tentación y caídas ante la adversidad y la prueba.

Alguien nutrido, resiste las dificultades, sean físicas o espirituales.

El mayor riesgo ante ambos tipos de desnutrición es la muerte. La persona colapsa y el cuerpo no tiene reserva para luchar. Si a todos nos golpean las crisis, a los que espiritualmente se encuentran débiles les toca pagar una cuota mucho más alta, porque no encuentran consuelo, fácilmente pierden la esperanza y no tienen fe para iluminarse durante la tiniebla.

La tristeza, la pérdida del sentido de la vida, el insomnio, la depresión, la amargura y las lágrimas constantes, son síntomas de alguien que interiormente no se ha alimentado. Cuando la desnutrición espiritual es crónica el deterioro es mucho más rápido.

Mientras que la pobreza es la principal causa de desnutrición en el mundo, la fuente de la desnutrición espiritual es un dúo: la ignorancia y la indiferencia.

Lo más peligroso de la desnutrición espiritual es que una persona físicamente se puede encontrar bien, incluso saludable. Pero la procesión va por dentro. Al cerrar la puerta de la habitación se desatan todos los enemigos. Y el constante quehacer, el activismo, el trabajo y el día a día pueden ir llevándonos a aplazar el asunto, hasta que llega una dificultad que paraliza la vida. Y se explota. Un problema pequeño viene a abrir la puerta a todo eso que hemos tenido bajo llave en lo más guardado de nuestro interior. Y colapsamos.

Para combatir la desnutrición espiritual es necesario pedir ayuda. La solidaridad de otras personas puede sanar también a quien se encuentra vacío por dentro. No debería sorprendernos que ambas salidas también sean clave para salir de la desnutrición física. En todo caso lo más importante es la salud preventiva. Una buena alimentación interior, que sea constante y fundada en Dios, fuente que nos da vida.

Para detectar si padecemos de desnutrición espiritual sería recomendable pensar cómo salimos de la última crisis que hemos vivido. ¿Acudimos a Dios? ¿Me azotó fuerte la prueba como viento que juega con veleros, o más bien, supe contenerme y esperar pacientemente a que terminara la tempestad? ¿Me entregué a la dificultad o fueron la fe y la esperanza mis compañeras de batalla?

Si honestamente descubro que no estoy lo suficientemente nutrido, sabemos por donde empezar… tenemos Alguien -sí, con mayúscula- en quien confiar. Pidamos ayuda. A ÉL y a cualquiera que yo sepa que espiritualmente tiene fortaleza como para contagiarla y pueda ser su instrumento para echarme una mano. Escuchar SU Palabra, alimentarnos con SU Cuerpo y alejarnos rápidamente de la indiferencia. No es posible ayudar a alguien que no esté dispuesto a mejorar.

Y cuando venga la prueba, la tentación, la dificultad… Cuando toque a nuestra puerta el dolor, la enfermedad e incluso la muerte… Tener la certeza que todo va a volver a estar bien, tarde o temprano. Pues ¿no es cierto aquello de que todo lo podremos en Aquel que nos fortalece?   Si Dios está conmigo ¿quién podrá contra mí?

 

A menudo he recibido varias «cadenas» a través del email. El esquema en ellas es básicamente el mismo:

1. Recibes la cadena que comparte la devoción a san Judas Tadeo, a la Virgen María, a los ángeles o santos, etc.

2. Pasos a seguir: reza tal oración, compra velas, saca determinado número de fotocopias…

3. Resultado: tendras bendiciones, conseguirás trabajo, alguien importante te llamará…

4. Consecuencia: si no lo haces la oportunidad se marchará, dejarás ir la bendición… en el peor de los casos se habla de pérdida de familiares o seres queridos…

5. Testimonios: se habla de alguien que lo hizo y obtuvo excelentes resultados. Y también se cuenta la historia de quienes no lo hicieron y las desgracias que vinieron después…

Estamos ante un proceso de manipulación. ¿Qué quiero decir? Estas cadenas son recetas para conseguir resultados y el camino de fe se abandona para entrar en la senda de la magia.

La magia pretende conseguir algo a través de fórmulas. La fórmula debe realizarse al pie de la letra para obtener el resultado deseado. Harry Potter agita la varita, dice en voz alta unas palabras y obtiene un encantamiento. La base de la magia es el rito prescrito y la seguridad de cumplir el deseo.

En el camino de la fe hay una clave particular: Dios. Él es inmanipulable. Eso quiere decir que no actúa de acuerdo a la voluntad de los hombres y mujeres. Dios es Padre, no un dispensador de milagros para cada momento de la vida. La relación con Dios se basa en la confianza. Nosotros como creyentes nos fiamos de Él.

Cuando yo realizo los pasos que una cadena de oración me prescribe, estoy intentando obligar a Dios que cumpla mi deseo. Ya no hay una relación de confianza, sino un proceso de comercialización: yo te doy, pero tú estás obligado a corresponder. Mi voluntad prima sobre la voluntad de Dios. Cuando la realidad nos demuestra que Dios no responde al tronar de nuestros dedos y no cumple lo que le pedimos, viene la frustración y el desencanto. Mal inicio, mal final.

Las cadenas de oración son recetarios para obtener milagros. Nada más alejado del que confía en Dios.

El que confía en Dios sabe que aunque las cosas no marchen bien, el Padre nunca nos desampara. El que no confía en Dios debe buscar únicamente por sus propios medios la salida a sus problemas.

El que confía en Dios tiene la certeza en su corazón de que la cruz no es el final del camino. El que no confía en Dios se deja malaconsejar de la desesperación y realiza un sinfín de trucos para conseguir lo que busca.

El que confía en Dios conoce a su Padre y sabe que el triunfo está asegurado, pero no al estilo de los hombres. El que no confía en Dios necesita el éxito, la prosperidad y la satisfacción a cualquier precio.

Las cadenas de oración tienen gran éxito debido a la manipulación que traen consigo: «No tienes nada que perder» «conseguirás lo deseado», «inténtalo y te darás cuenta de lo grandioso que es». A cambio, debemos cumplir las condiciones que nos indican. Caemos en esclavitud. Si no reenvío o no cumplo lo que me piden, experimento la culpa o el temor de que algo malo pueda pasar.

Pero no pasa nada. Ni para bien, ni para mal. Las cadenas tampoco pueden manipular a Dios.

Entonces, cuando reciba uno de esos correos, sentiré el mejor de los gustos al darle «borrar». Y si mi compromiso con Dios y su proyecto es serio, puedo escribirle a quien me lo envió y compartirle un par de palabras diciéndole que confíe en Dios y no en cadenas.

Por cierto, ¿se imaginan por qué se llaman «cadenas»?ImageImageImage

Una canita al aire. Un billete de más en la bolsa. Una mentira que no haga daño a nadie. Todos hemos tenido en la cabeza distintas tentaciones. Unas, sencillas… otras definitivamente no…  La tentación es una treta, una trampa. Es una promesa de felicidad, pero falsa.

Conviene primero aclarar que una tentación por sí misma no es pecado. Insisto: «sentir» no es pecado. La clave está en la respuesta que yo dé a ese sentir. «Consentir» sí podría ser pecado. No es lo mismo experimentar atracción física por la esposa del vecino (sentir) que invitarla a cenar con dobles intenciones (consentir).

Experimentar la tentación es entrar en combate espiritual. Es ingreso al desierto, como Jesús antes del inicio de su misión. El mal espíritu nos ofrecerá caminos fáciles y aparente felicidad a bajo costo. De hecho, la tentación siempre será atractiva. Pero tenemos una ventaja: nosotros somos los que decidimos qué va a suceder. Santa Teresa decía, palabras más, palabras menos, que el pecado era como una bestia salvaje, horrible y terrible… pero que estaba amarrada… solamente atacaba al acercarnos.

Nuestra madre, la Iglesia, nos dirá que nuestros pecados son los frutos del consentimiento a la tentación.  Y el pecado nos conduce a la muerte. Tentación, pecado y muerte van conectados. Para salir de la tentación, una clave es el discernimiento. Cuando mi mamá hacía pasteles, pasaba la harina por el cernidor para evitar que se hicieran grumos. Lo mismo podríamos hacer con nuestros sentimientos y decisiones, para discernir lo que nos conviene de lo que no.

Otra ventaja más que tenemos: no somos tentados más allá de nuestras fuerzas. Sin embargo, del tamaño de nuestros talentos son las tentaciones que recibimos. No es lo mismo para un ladrón atacar a un niño que prepararse para atacar un banco con seguridad extrema. En todo caso la intensidad de mis tentaciones demuestra el interés que tiene el mal espíritu por robar mi felicidad, mis dones, por emplear mis talentos para su servicio. Darle vuelta a la tentación revela lo que el mal quiere quitar, que en el fondo es el regalo de Dios para mi vida.

Jesús fue tentado en el desierto de manera burda: éxito, triunfo y poder. Pero en el monte de los olivos y en la cruz también fue tentado: «Padre, si quieres aparta de mi este cáliz… y Padre ¿por qué me has abandonado?» La oración y la confianza en el Padre fueron su apoyo y arma para vencer. Pongamos de nuestra parte y no dudemos en repetir como Jesús «no nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal».
Amén.